Sintiendo compasión
por un hombre ciego de
nacimiento, el Salvador
“escupió en tierra, e hizo
lodo con la saliva, y untó
con el lodo los ojos del
ciego y le dijo: Ve, lávate
en el estanque de Siloé…
Entonces fue y se lavó; y
cuando regresó, ya veía”
( Juan 9:6–7).