domingo, 16 de enero de 2011

LOS SIETE CRISTOS. UNA SELECCIÓN DE DISCURSOS Bruce R. McConkie

LOS SIETE CRISTOS.
UNA SELECCIÓN DE DISCURSOS 
Bruce R. McConkie

¿Podría hablaros de los siete Cristos o, más bien, del único Cristo cuyas obras y palabras se manifiestan de siete maneras diferentes? 

Vivimos en tiempos de contienda y confusión en que los cristianos claman: "Mirad, aquí está el  Cristo, o... allí está,..." (Mateo 24:23) o sea, "he aquí el camino a la salvación, o allí está..." (Mateo 24:23). Oímos voces de fatalismo y voces de gloria. Las doctrinas y los dogmas de las diversas sectas están en pugna; se nos insta a creer en principios discordantes y a seguir senderos torcidos. Las opiniones discrepan; el parloteo es incesante; los mensajes están en desacuerdo. Es evidente, sin duda, aun para el más empedernido fanático, que las ideas religiosas opuestas no pueden ser todas auténticas. 

En medio de esta guerra de palabras y tumulto de opiniones, elevamos una voz serena y prudente, que vibra con sonido de trompeta y que el poder del Espíritu de Dios hace llegar al corazón de las almas contritas. Es la voz que proclama las palabras de vida eterna, aquí y ahora, y que prepara al hombre para alcanzar la gloria inmortal de los reinos eternos que han de venir. Somos siervos del Señor, y Él nos ha enviado a invitar a todos a venir a Cristo y ser perfeccionados en Él, a testificar del único y verdadero Cristo, del único y verdadero evangelio, de la única y verdadera salvación. Invitamos a todos a prestar oído a lo que declaramos. Al Cristo de quien predicamos, y cuyos testigos somos, se le conoce bajo estos siete aspectos: 

CRISTO, EL CREADOR. 

Hay un Dios en el cielo, un Ser Santo, exaltado, perfecto y puro, que es el Padre de todos. Es un Hombre Santo; tiene un cuerpo de carne y huesos y es el Padre de nuestros espíritus. El Señor Jesucristo es el Primogénito, el heredero y progenie del Padre. Junto con todos sus hermanos espirituales fue dotado de libre albedrío y sujeto a la ley. Tanto por la obediencia como por la rectitud y la fe, a lo largo de las etapas de Su existencia, este Primogénito del Padre, nuestro Hermano Mayor, avanzó y progresó hasta que llegó a ser como Dios en poder, fuerza, dominio e inteligencia. Llegó a ser "el Señor Omnipotente, que reina, que era y que es de eternidad en eternidad" (Mosíah 3:5). Así, bajo la dirección del Padre, llegó a ser el Creador de incontables mundos. El Padre ordenó y estableció el plan de salvación -llamado el evangelio de Dios- mediante el cual todos sus hijos espirituales, incluso Cristo, podrían tener un cuerpo mortal, vivir en un estado probatorio, morir, ser levantados en gloria inmortal y, si eran fieles en todo, alcanzar también la misma gloriosa exaltación del Padre. Entonces el Amado y Escogido del Padre fue preordenado para ser el Salvador y el Redentor, Aquel cuyo sacrificio expiatorio pondría en vigencia todas las condiciones del gran y eterno plan del Padre. 

CRISTO, EL DIOS DE NUESTROS PADRES. 

Hay un Dios y Padre de todos, un plan eterno de salvación, un solo camino para volver al cielo. Y Jesucristo es el nombre dado por el Padre mediante el cual el hombre puede ser salvo, el Suyo es el único nombre que se dará debajo del cielo en el presente, en el pasado y en el futuro, mediante el cual se obtendrá la salvación. Hay un evangelio sempiterno, un Mediador entre Dios y el hombre, uno solo que vino a reconciliar con su Hacedor a la humanidad caída. Todos los hombres de todas las épocas son salvos por el mismo poder, las mismas leyes, el mismo Salvador. Ese Salvador es Cristo. Está escrito: "Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos" (Hebreos 13:8). Él es el Señor Jehová, Él es el Gran Yo Soy, y fuera de Él no hay Salvador. Él es el Dios de Adán, y de Enoc, y de Noé, y de todos los santos que existieron antes del diluvio. Él es el Dios de Abraham, de Isaac, de Jacob y de todo Israel. Él es el Santo de Israel, el Dios de los profetas de todas las épocas; por la fe de Su nombre, ellos efectuaron todas sus grandes obras. 

Él es el Dios de los jareditas, de los israelitas y de los nefitas. Moisés, "teniendo por mayores riquezas el vituperio de Cristo que los tesoros de los egipcios" (Hebreos 11:26), escogió seguirle. Él separó las aguas del mar rojo ante la palabra de Moisés; fue quien detuvo el sol y la luna cuando habló Josué; fue quien levantó de la muerte al hijo de la viuda por que así lo deseó Elias el Profeta. Todos los profetas, todos los patriarcas y todos los antiguos santos adoraron al Padre en su santo nombre y de ningún otro modo. Todos los creyentes fieles desde los días de Adán hasta este momento, todos aquellos que por la fe han obrado con rectitud y ganado la salvación, todos, sin excepción, han tomado sobre sí Su nombre y le han seguido con íntegro propósito de corazón.  ¡Él es nuestro Dios y el Dios de nuestros padres!

CRISTO, EL MESÍAS PROMETIDO. 

Durante cuatro mil años -desde el día en que Adán fue desterrado del Edén hasta aquel en que Juan bautizaba en Betábara- todos los profetas y los santos esperaron con anhelo la venida del Mesías. Hablaron y enseñaron de Cristo; predicaron y profetizaron de Cristo; centraron su vida y todas sus esperanzas en la promesa de Su venida. Sabían que, como Hijo de Dios, nacería de una virgen; que llevaría a cabo la expiación infinita y eterna; que por medio de Él la inmortalidad y la vida eterna estarían al alcance de los seres humanos. En toda su doctrina, sus ordenanzas y su adoración ellos ligaban el nombre de Él con el del Padre mismo. 

Toda la ley de Moisés, con sus símbolos y emblemas, testificaban de Aquel que vendría a salvar a Su pueblo. Por ejemplo, en el día de la Expiación, el sacerdote sacrificaba un macho cabrío para Jehová por los pecados del pueblo a semejanza del sacrificio que el mismo Jehová haría en la cruz cuando se dejara matar por los pecados del mundo. 

CRISTO, EL MESÍAS MORTAL. 

Al nacer de María, en Belén de Judea, nuestro Señor "se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres" (Filipenses 2:7). Como hombre, su vida fue perfecta, y acató la voluntad del Padre en todo. Enseñó el evangelio, organizó la Iglesia y llamó a algunos discípulos al ministerio. Sanó a los enfermos, levantó a los muertos y efectuó grandes milagros. Fue rechazado por los hombres, condenado por los poderes malignos de aquel entonces y cruelmente crucificado. 

CRISTO, EL CRUCIFICADO Y DESPUÉS RESUCITADO.

Hablamos del Cristo que vino al mundo a morir en la cruz por los pecados de los hombres. También hablamos del Cristo que vino al mundo para levantarse de entre los muertos, del Cristo que, revestido de gloriosa inmortalidad, nos invita a seguirle en la vida terrenal, en la muerte y otra vez en la vida, pero ya eterna. En Getsemaní sobrellevó una carga que ningún otro podría soportar. 

Allí sangró por cada poro al tomar sobre sí los pecados de todos nosotros a condición de que nos arrepintamos. Ya en el Calvario, durante las últimas tres horas de su pasión mortal, volvió al padecimiento de Getsemaní y bebió toda la copa que su Padre le había dado. En Getsemaní y en la cruz redimió a la humanidad del pecado y terminó su obra expiatoria. Temprano por la mañana del tercer día, rompió las ligaduras de la muerte y se levantó de la tumba para heredar todo poder en la tierra y en el cielo. 

No hay lengua humana que pueda ponderar las maravillas de sus obras, de todo lo que ha hecho por nosotros. Como nuestro Abogado e Intercesor mora hoy eternamente en los cielos. Escuchamos Su voz que nos dice: Manso, reverentes, hoy Inclinaos ante mí; Redimidos, recordad, Que os di la libertad. Y mi sangre derramé, Vuestra salvación gané; Con mi cuerpo que murió, Vida doy a todos yo. 

CRISTO, EL MESÍAS DE HOY.

Testificamos no sólo del Cristo que una vez fue, sino del Mesías que ahora es y que será. Hablamos, no sólo de un Cristo que murió y al que conocieron los antiguos, sino de un Salvador viviente que guía a su pueblo hoy como lo hizo antaño. Nos alegramos, no sólo por un pueblo que tuvo el evangelio en tiempos antiguos, que obró milagros y alcanzó la salvación, sino por un evangelio que existe en la actualidad y por un pueblo
que se regocija con los mismos dones del Espíritu que fueron derramados sobre sus padres. Gracias sean dadas a Dios: la restauración a comenzado. Estos son los tiempos de la restauración de que hablaron todos los profetas antiguos. Gracias sean dadas a Dios porque los cielos se han abierto, porque el Padre y el Hijo se aparecieron a José Smith, porque la revelación, y las visiones, y los dones, y los milagros abundan entre los santos fieles. 

Gracias sean dadas a Dios porque en nuestra época muchos han visto el rostro de su Hijo y porque ha derramado el don de su Espíritu sobre muchos otros. Este es el día en que el conocimiento del verdadero Cristo y de su evangelio sempiterno se predica entre los hombres por última vez. Este es el día en que el Gran Dios envía su palabra a fin de preparar a Su pueblo para la Segunda Venida del Hijo del Hombre. Este es el día en que la Iglesia de Jesucristo ha sido nuevamente organizada y comisionada para administrar ese Santo Evangelio por medio del cual se obtiene la salvación. 

CRISTO, EL MESÍAS MILENARIO.

Y ahora, con palabras solemnes, anunciamos que el Señor Jesús, el Cristo Sempiterno, el Salvador que fue, que es y que será, pronto volverá. Tan ciertamente como el hijo de María vino a morar entre sus semejantes, así vendrá el Hijo de Dios, con toda la gloria del reino de su Padre, a gobernar entre los hijos de los hombres. En ese día terrible, el mundo que ahora existe llegará a su fin; la iniquidad se acabará; todo lo corruptible será consumido. Y la gloria del Señor resplandecerá diariamente sobre todos los hombres desde la salida del sol hasta que éste se hunda en el poniente. Aquellos de entre nosotros que quedan en espera del día de Su venida hallarán gozo y paz sempiterna. 

Los santos fieles vivirán y reinarán con Él sobre la tierra por mil años, tras lo cual irán a su reposo celestial. La Segunda Venida del Hijo del Hombre será un día de venganza, fuego abrasador y lamento para el malvado y el impío. Para aquellos que aman al Señor y viven su ley, será un día de paz, triunfo, gloria y honor: el día en que el Señor venga a integrar sus joyas. (3 Nefi 24:16-17). Por tanto, sabiendo de qué hablamos, con el conocimiento cierto nacido del Espíritu, elevamos la voz en alabanza y testimonio del Señor Jesucristo, cuyos testigos somos. Nuestra fe se centra en el Cristo verdadero y viviente, que es nuestro Amigo, nuestro Señor, nuestro Dios y nuestro Rey, a quien servimos y reverenciamos. 

Sabemos que es el Hijo de Dios Todopoderoso; que nos a revelado la vida y la inmortalidad  mediante el evangelio. Todos los que crean en Él, como lo dan a conocer los profetas vivientes, serán salvos con Él en el reino de su Padre. Invitamos a todas las personas de todas partes, de toda nación y tribu y lengua y pueblo, a venir a Cristo a perfeccionarse en Él. Invitamos a todas las personas a venir y adorar al Padre, en el nombre del Hijo, por medio del poder del Espíritu Santo. En calidad de agentes del Señor, actuando en Su nombre, prometemos a todos los que emprendan dicho rumbo -llevando a cabo obras de rectitud- que tendrán paz en esta vida y vida eterna en el mundo venidero. En el nombre de Jesucristo. Amén.

Fuente de referencia: Bruce Reed Mcconkie - Una Seleccion de Discursos
                                                                                                                           

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