El Señor a dicho:
“Y he aquí, os digo estas cosas para que aprendáis sabiduría; para que sepáis que cuando os halláis al servicio de vuestros semejantes, sólo estáis al servicio de vuestro Dios. “
“y vendrá al mundo para redimir a su pueblo; y tomará sobre sí las transgresiones de aquellos que crean en su nombre; y éstos son los que tendrán vida eterna, y a nadie más viene la salvación”.
“Venid ahora, dice Jehová, y razonemos juntos:
“Aunque vuestros pecados sean como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; aunque sean rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana.”
“Traed todos los diezmos al alfolí, y haya alimento en mi casa; y probadme ahora en esto, dice Jehová de los ejércitos, si no os abriré las ventanas de los cielos y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde.”
“Por tanto, sed fieles; y he aquí, mirad, estoy con vosotros hasta el fin. Así sea. Amén. “
Lamentablemente, hay muchos miembros de la Iglesia que no creen que esto sea posible. A pesar de que afirman tener un testimonio de Cristo y de Su evangelio, rechazan el Testimonio de las Escrituras y de los profetas en cuanto a las buenas nuevas de la expiación de Cristo. A menudo, tales personas se aferran ingenuamente a posiciones contradictorias sin siquiera comprender la naturaleza de dichas contradicciones.
Por ejemplo, es posible que crean que la Iglesia es verdadera, que Jesús es el Cristo, y que José Smith fue un profeta de Dios, mientras que al mismo tiempo se niegan a aceptar la posibilidad de ser completamente perdonadas y, con el tiempo, exaltadas en el reino de
Dios. Tales personas creen en Cristo, pero no le creen a Cristo. No obstante, las "buenas nuevas" del evangelio son buenas nuevas para mí, no porque prometen que otras personas mejores que yo se pueden salvar, sino porque prometen que yo puedo ser salvo -pese a todas mis limitaciones e imperfecciones.
Mientras no acepte esa posibilidad, mientras no le crea a Cristo cuando dice que Él puede llevarme a Su reino y colocarme en un trono, no habré aceptado completamente las buenas nuevas del evangelio; habré, más bien, aceptado al mensajero y rechazado Su poderoso mensaje.
La fe es el primer principio del evangelio, pero tener fe no significa simplemente creer en sus declaraciones históricas. ¿Cree usted que la Iglesia es verdadera, que José Smith fue un profeta, y que el evangelio ha sido restaurado en los últimos días? Muy bien, pero eso no es suficiente.
El primer Artículo de Fe expresa claramente que debemos tener fe en el Señor Jesucristo. A menudo pensamos que tener fe en Cristo significa creer en Su identidad como el Hijo de Dios y el Salvador del mundo. Pero creer en la identidad de Jesús como el Cristo, es apenas la mitad de este asunto. La otra mitad es creer en Su capacidad, en Su poder de purificar y salvar -de convertir en personas dignas a los indignos hijos e hijas de Dios.
No sólo debemos creer que Él es quien dice ser, sino que también debemos creer que Él puede hacer lo que dice poder hacer. No solamente debemos creer en Cristo, sino que debemos creerle a Él cuando dice que puede purificarnos y hacernos celestiales.
Él nos hace saber que mediante Su sangre expiatoria, todo el género humano puede ser salvo (ver A. de Fe 3) y lógicamente, en "todo el género humano" estamos incluidos usted y yo. Así que, en tanto no aceptemos la posibilidad real de ser exaltados en el reino de Dios, no podemos decir que tenemos fe en Cristo, y no podemos decir que creemos. He oído muchas declaraciones en cuanto a la misma duda. Es posible que una persona diga,
"No, obispo, no puedo esperar recibir las mismas bendiciones que los miembros de la Iglesia que son fieles; no puedo aspirar a ser exaltado en el reino de Dios puesto que he cometido pecados horribles. Usted tiene que comprender que hice esto o aquello. Claro que asistiré a las reuniones de la Iglesia y que trataré de mantener viva la esperanza de que el castigo no sea espantoso, pero de ninguna manera puedo recibir la exaltación después de lo que hice."
Un ejemplo típico de este tipo de razonamiento fue el caso de un hombre que una vez me dijo, "Mire, obispo, no creo estar hecho para heredar la gloria celestial". Después de un infructuoso cambio de ideas, un tanto impaciente le dije: "Qué es lo que me quiere decir?
Por supuesto que no está hecho para heredar la gloria celestial. Tampoco lo estoy yo ni lo está nadie. Esa es la razón por la que necesitamos la expiación de Cristo, el cual puede hacernos para que heredemos la gloria celestial. ¿Por qué no admite su verdadero problema; que no tiene ninguna fe en Cristo?" Mi comentario ciertamente le enfadó, ya que había sido de la religión protestante antes de convertirse en Santo de los últimos Días, y tanto como protestante y como mormón, él había creído en Jesucristo. "¿Cómo se atreve a decirme eso?" replicó el hombre. "Yo sé que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios." "Sí", le contesté, "usted cree en Cristo, pero no le cree a Cristo. El dice que puede hacerle para que herede la gloria celestial, y usted tiene la audacia de sentarse allí y decir 'No, no puede'. No tengo duda de que usted cree que Cristo hace promesas que no puede cumplir."
Cada uno de estos casos representa una variación de la misma tétrica idea. Todos se resumen a esto: "No creo que Cristo pueda hacer lo que dice poder hacer. No tengo fe en su capacidad de exaltarme." Si se les preguntara a estas personas en qué consisten sus problemas espirituales, dirían que son X, Y o Z -o sea, ciertos problemas singulares con los que tropezaron en determinado punto de su trayectoria espiritual. Pero en ninguno de estos casos el verdadero problema es X, Y ni Z, ni tampoco es singular, ni tropezaron en algún punto distante de su trayectoria.
El verdadero problema lo tienen frente a la nariz, pues estas cuatro objeciones y muchas otras versiones que se podrían citar, son maneras de simplemente disfrazar el problema básico en sí: falta de fe en el Señor Jesucristo. Estas personas simplemente no creen que el evangelio pueda tener efecto alguno en ellas.
Y a menos que obedezcan el primer principio del evangelio, a menos que tengan fe genuina en Cristo, se privarán del poder y las bendiciones de la fe en Cristo o de los principios que le siguen a la fe: el arrepentimiento, el bautismo y el don del Espíritu Santo.
Aun cuando se consideren a sí mismas miembros de la Iglesia poseedores de experiencia y madurez, lo cierto es que todavía no han nacido espiritualmente. Si sólo creemos en Cristo sin creerle a Él, es como estar sentados en casas frías y obscuras, rodeados de lámparas y calentadores, y creer en la electricidad sin aprovecharla.
Ese tipo de personas a menudo tratan de convencerse a sí mismas y de convencer a los demás que el simplemente creer en la electricidad les proporciona calor y luz, aunque continúan tiritando en la obscuridad en tanto no enciendan la luz y los calentadores. A pesar de que todos nuestros aparatos domésticos funcionen y la instalación esté en perfectas condiciones, mientras no aceptemos el poder mismo de la corriente eléctrica, aún cuando creamos en él en teoría, no podremos disfrutar del efecto e la luz y del calor.
Ésa es la razón por la que la fe genuina en Cristo, o sea, la aceptación activa de Su poder y no la mera creencia pasiva en Su identidad, es y debe siempre ser el primer principio del evangelio.
No importa cuánto aprendamos sobre el evangelio, ni cuánto creamos en teoría, en tanto no aceptemos la realidad de nuestra propia salvación, seguiremos en el frío y en la obscuridad.
Para no escuchar en aquel día el dulce pero también fuerte reproche del Señor a Pedro:
Y al momento Jesús, extendiendo la mano, le sujetó y le dijo: ¡Oh hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?
Mateo 14:31
Nuestra oración es que podamos reflejar en actos lo que expresamos con los labios y que nuestra fe en el Salvador sea cada vez mayor en el nombre de Jesucristo. Amen.
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