Nunca ha vivido sobre la tierra una persona que haya ejercido la misma influencia sobre el destino del mundo que la que ejerció nuestro Señor y Salvador, Jesucristo.
Heber J. Grant, séptimo presidente de la Iglesia, nació el 22 de noviembre de 1856. Fue ordenado apóstol el 16 de octubre de 1882, a los veinticinco años, y el 23 de noviembre de 1918 fue sostenido como Presidente de la Iglesia. El texto que sigue a continuación es un extracto del artículo “Story of Old”, Improvement Era, diciembre de 1940, págs. 713, 765.
La historia de Jesús el Cristo es una historia de antaño que siempre permanece nueva. Cuanto más a menudo leo acerca de Su vida y Sus obras, mayor es el gozo, la paz, la felicidad y la satisfacción que llenan mi alma. Siempre hay un nuevo encanto que percibo al meditar en Sus palabras y en el plan de vida y salvación que Él enseñó a los hombres durante Su vida sobre la tierra.
Todos sabemos que nunca ha vivido sobre la tierra una persona que haya ejercido la misma influencia sobre el destino del mundo que la que ejerció nuestro Señor y Salvador, Jesucristo; y, sin embargo, nació en la oscuridad, acunado en un pesebre. Eligió para que fueran Sus apóstoles a pescadores pobres e iletrados. Han pasado [más de] mil novecientos años desde Su crucifixión y, no obstante, en todo el mundo, a pesar de todos los conflictos y el caos, aún perdura en el corazón de millones de personas el testimonio de la divinidad de la obra que llevó a cabo…
Es una fuente de gozo ilimitado para mí y llena mi corazón más allá de mi poder de expresión el contemplar el hecho de que Dios, nuestro Padre Celestial, y nuestro Señor Jesucristo han visitado la tierra y de nuevo han revelado el Evangelio al hombre; y me llena de agradecimiento y gratitud, mucho más de lo que pueda expresar, el que Él me haya bendecido con el conocimiento de la divinidad de la obra en la que estamos embarcados. Mi constante y ferviente oración a Él siempre ha sido que mi mente jamás se oscurezca, que nunca me aparte del sendero de la rectitud, sino que, a medida que me adentre en años, aumente mi comprensión, que la luz y la inspiración del Espíritu de Dios arda en mi corazón e ilumine mi entendimiento y me mantenga firme y fiel al servicio de mi Padre Celestial.
Y quiero decirles a los Santos de los Últimos Días que es nuestro deber, habiendo recibido un testimonio de la divinidad de la obra en la que estamos embarcados, poner de tal manera en orden nuestra vida día tras día que la obra de Dios reciba gloria mediante las buenas obras que realicemos; que de tal forma dejemos brillar nuestra luz para que los hombres, al ver nuestras buenas obras, glorifiquen a Dios. Ningún pueblo sobre la faz de la tierra ha sido tan bendecido como lo han sido los Santos de los Últimos Días; ningún pueblo ha tenido las manifestaciones de la bondad, misericordia y longanimidad de Dios que se nos han concedido a nosotros; y digo que nosotros, más que cualquier otro hombre o mujer que se halle sobre la tierra, debemos llevar vidas justas y dignas.
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Madre e hijo, por J. Kirk Richards; ilustración fotográfica por Christina Smith.
La obra de Dios recibirá gloria mediante las buenas obras que realicemos.